Afirmar que nuestra economía se encuentra sumergida en una profunda “estanflación” no resulta ninguna novedad. Pero no deja de sorprender que sigamos sumergidos en este proceso por tanto tiempo y que no existan indicios de que pronto podríamos salir del fango en el que nos encontramos empantanados. Cuando los economistas hablamos de estanflación, nos estamos refiriendo a un fenómeno que combina inflación persistente con estancamiento económico. Al decir esto, huelga mencionar que otras variables asociadas también muestran un deterioro, a saber: desempleo, pobreza, desigualdad, desinversión, etc.
En el gráfico de abajo, gracias a
la genialidad de www.tradingeconomics.com
puedo mostrarles gráficamente que en los últimos 10 años el producto bruto
argentino solo ha tenido cuatro años de crecimiento positivo, pero si lo
medimos de punta a punta, el PBI ha
caído profundamente, es decir, nuestra economía es más chica que hace una
década: la torta se achicó y los comensales somos, sin dudas, muchos más.
Paralelamente, vemos que el índice de inflación anual es de dos dígitos durante
todo el período, pero lo preocupante es que ha tenido picos enormes de
crecimiento, llegando a más del 50% de variación interanual. Desde 2018, la economía no ha parado de
achicarse y la inflación no ha detenido su alza. Toda una década de
ESTANFLACIÓN, y desde 2018, una ESTANFLACIÓN en grado sumo.
La pregunta válida es ¿cómo
podemos salir de esta situación sin generar aún más costos en términos de
bienestar para nuestra población? Por mucho tiempo, los economistas hablaban de
la famosa disyuntiva de corto plazo entre inflación y desempleo: si queríamos
bajar la inflación, teníamos que soportar contracción económica; y si queríamos
hacer crecer la economía, era válido soportar un poco de inflación.
Afortunadamente, esta disyuntiva no es una ley inmutable, y la ciencia
económica pudo elaborar puntos medios gracias
a teorías como la de las expectativas
racionales. En otras palabras, se podría aplicar un plan de estabilización que converja a niveles de inflación más bajos y
con crecimiento positivo de la actividad económica, ambos objetivos al
mismo tiempo. PERO, para poder lograrlo se requiere un plan creíble y
sustentable en el tiempo. Se requiere un buen diagnóstico inicial, establecer
metas razonables y alcanzables, y disciplina por un buen plazo. Para ello, es
preciso concertar políticas que se instrumenten más allá de un solo mandato
presidencial. Es imperioso poner manos a la obra… ¿Por qué seguir esperando un
milagro? Esto es, a grandes rasgos, lo que planteaba en un artículo publicado
recientemente en el portal INFOBAE. Muchos me criticaron el hecho de no haber hecho
referencia explícita a los pobres y al problema de la pobreza. Créanme: al
hablar de inflación y de falta de confianza en la moneda, de la ausencia de
inversiones de largo plazo, de la falta de un buen clima de negocios, no pienso
específicamente en los ricos o en los sectores más pudientes de la sociedad: de alguna forma, ellos ya tienen sus
problemas resueltos de antemano; pero sin aquellos presupuestos básicos la movilidad social está seriamente dañada. La pregunta que sigue latente es: ¿contaremos
con la voluntad patriótica de concertar políticas estratégicas y de largo
plazo? ¿Podremos retomar una senda de crecimiento sostenido en el tiempo y con
desaceleración progresiva de la inflación? Son interrogantes abiertos que me
gustaría que algún día comiencen a tener respuestas concretas. Un acuerdo
patriótico y de alcance estratégico puede ser UTÓPICO o IDÍLICO. Pero es
estrictamente necesario, y cada vez más urgente.
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